La protesta apagada

 

Eran 3 pelagatos.

Básicamente.

Cuando la ciudad donde vives ha padecido cortes de luz de más de 18 horas, tus hijos no han ido al colegio porque no hay luz, no trabajaste y tuviste que cumplir horario viendo la pantalla en negro del computador, se te dañó algún electrodoméstico en tu hogar –y puedo continuar con una seguidilla de padecimientos más-, te imaginarías que la primera protesta convocada públicamente para manifestar el descontento por esta situación, sería, por lo menos, numerosa.

Pero no.

Eran tres pelagatos, básicamente. El grupo reunido frente a la Farmacia Saas, diagonal al Corpoelec de Amparo, eran alrededor de 10 personas. Bien podían pasar por un grupo de personas en cola para entrar a la farmacia, o para comprar en la panadería que está a lado. Pero quien resaltaba de aquel grupo, era un señor de camisa azul con el logo de UNT. Tenían que ser los manifestantes.

– ¿Aquí es donde iba a ser la protesta?– pregunté al llegar a ellos.

– Sí, aquí estamos- me contesta sonriente el señor de camisa azul. 

Se trata del Presidente de Concejo Municipal de Maracaibo, Carlos Armijo.

Sentadas en el banco de concreto, se encuentran las vecinas de la comunidad, con todos los rasgos que las caracterizan como tal. Señoras que aparentan más de 40 años, que llevan en sus manos paraguas de bastón, visten con franelas de algodón de colores pasteles, y están arrechas, claro. 

“¡No tenemos miedo, no tenemos miedo!”- corearon cuando un grupo del Cuerpo de la Policía Nacional Bolivariana pasó justo al lado de nosotros.

Los policías caminaron como diez pasos más adelante de donde estaba el grupo de manifestantes, y luego se devolvieron en la misma dirección hacia la sede del Corpoelec.

Estaban haciendo la ronda.

 Hay como 100 policías ahí adentro- me dice una señora en tono de alarma.

 Es que ellos ya estaban sobreavisaos de que veníamos- comentó otro de los señores-. Si lo pasaron por Facebook, Whatsapp..

En graneadito, empiezan a llegar más personas, representantes de la prensa del Concejo Municipal y vecinos del sector que se incorporan al pequeño grupo.

Algunos se sientan en el piso de caico de la farmacia y empiezan a hablar entre ellos. Si cuando te vas a Perú, si necesito tantos dólares, si fulanito ya se fue. Esos temas de conversación fijados en el actual cotidiano del venezolano.

– Quédate ahí sentado-, le dice una de las mujeres a un hombre con sonrisa cansada- ahorita empieza llegar la gente.

El grupo de señoras a mi lado, vuelve a retomar la conversación sobre la situación que los trajo hasta acá.

– Aquí tiene que llegar más gente, porque esto ya no se aguanta. Nos tienen sin luz, sin agua, sin comida- expresa una de las vecinas con indignación-. Apenas ayer pude cocinar a las seis de la tarde.

En su rostro se refleja la indignación: las cejas alzadas, los ojos sin parpadear y la postura tensa. Recordando, tal vez, el día de ayer, recordando quizás que tenía el estómago vacío mientras soportaba el calor y su día se envolvía en una nube soporífera.

Les apagan el ritmo de su vida, y quizás algo más que eso.

Su comentario despierta otras confesiones: Salí tarde a mi trabajo, no tengo agua en la casa, ayer estuve 14 horas sin luz… etc.

Así sean quejas, parecen envalentonados de un momento a otro por el recordatorio común de la triste desgracia de vivir sin electricidad.

El grupo parece grande de pronto.

Pero la sensación no dura mucho tiempo.

De la camioneta blanca que se estaciona en la esquina de la farmacia, se bajan unos sujetos sin uniforme. Vestidos de chemisses de colores blanco, rojo, negro… Llevan con ellos armas largas. ¿Fusiles? Les traen fusiles a unas señoras con paraguas que no almuerzan hasta que mengua el día. Cargan balas y pistolas frente a un grupo de personas que solo lleva consigo la voluntad de estar allí y decir: ya basta.

Iba a ser una protesta.

Pero eran muy pocos, y de los pocos, se llevaron detenidos a muchos.

Sin otro remedio que bajar la cabeza y entrar en la camioneta, hacer silencio y escuchar al hombre que gritaba: “el que proteste y me tranque una calle, va preso”. En un instante, las señoras también se marchan. Tienen cinco minutos para irse antes que se las lleven detenidas a ellas también. «Aquí no vamos a hacer protesta», grita una de ellas. «No vamos a hacer nada.

Iba a ser una protesta, pero jamás empezó. 

No solo los dejaron sin luz en sus casas, apagaron algo más valioso que eso.

 

Publicado por

Naberrie93

Vivo en Venezuela y me gusta escribir.

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